UN PRECURSOR
Claus Sluter fue un escultor gótico de origen holandés.
Se le considera el principal representante de la escultura borgoña en la segunda mitad del siglo XIV. Su nacimiento se
desconoce, pero se calcula en torno a 1350 en Haarlem, Holanda. Murió en 1405 o 1406 en Dijón, Bretaña, Francia.
Sluter probablemente trabajó
en Bruselas antes de trasladarse a la ciudad de Dijón, donde desde 1385 hasta
1389 fue asistente de Jean de Marville, escultor de la corte de Felipe el
Atrevido, Duque de Borgoña. Desde 1389 hasta su muerte desempeñó el cargo de
escultor de corte. Fue sucedido por su sobrino Stephan Sluter de Werver, que
continuó con el cargo de su tío.
EL POZO DE MOISÉS
1395 - 1403
De sus obras, la más famosa
que ha llegado a nuestros días es el Pozo de Moisés (1395–1403), creado
para el claustro de la Cartuja de Champmol. En principio, era un calvario
monumental para el claustro, con seis figuras de profetas en la base de la
fuente: Moisés, David, Jeremías, Zacarías, Daniel e Isaías y, sólo como fragmento,
la Crucifixión. Parece que la obra se basó en la idea de la fuente de la vida (fons
vitae). Las esculturas aparecen totalmente liberadas del marco, además de
estar dotadas de un naturalismo extremo. Los tipos humanos son corpulentos, de
volúmenes rotundos y gran monumentalidad. Esto se debe en parte a la forma de
esculpir los ropajes, que tiene un caráter pesado y voluminoso con pliegues
gruesos y profundos, muy peculiar del maestro. Es característica también la
forma de captar las expresiones, convirtiendo las esculturas en auténticos
retratos.
Cartuja de Champmol. Dijon. Según un grabado de 1686
La Cartuja en la actualidad
Aún no ha acabado el siglo XIV cuando Sluter se ocupa del Pozo de Moisés.
El nombre actual designa los restos de una Cruz monumental de la que formaba la
base. El nombre le viene del patriarca y profeta, uno de los seis que se
adelantan en las seis caras prismáticas. Son seis formas poderosas, robustas, a
veces hasta pesadas. Analizadas individualmente, no sólo en los rasgos de la
cara, sino también en las diferentes actitudes que evitan toda monotonía, el
grosor de los cuerpos y las vestiduras, son figuras inolvidables que causaron
una profunda impresión, copiándose en su totalidad o sirviendo de modelo a las
dos o tres generaciones siguientes.
Detrás del proyecto estaba el potente duque de Borgoña Felipe el Atrevido que
convierte la cartuja de Champmol, donde está el Pozo, resto de una Fuente de la
Vida que centraba un claustro, en su lugar de enterramiento.
Aunque Sluter ha sido
encuadrado dentro de los denominados estilo suave y gótico
internacional, su estilo realista apunta al futuro y tiene una gran
influencia en el desarrollo la escultura del siglo XV. Fue el más importante escultor
de la Europa septentrional de su época y considerado pionero del realismo
nórdico. Restauró la escultura figurativa a escala monumental y
naturalismos propios de la época clásica. Su trabajo de madurez es muy emotivo,
atento a las expresiones faciales y los detalles de sus esculturas, lo cual
puede verse en particular en sus característicos ropajes pesados, que muchos
otros imitaron más tarde.
La figura de C. Sluter llena con todo el vigor de
su fuerza expresiva la escultura del gótico final, abriendo nuevos cauces de
realismo al arte de la época. Sabemos que el gótico en escultura había ido
evolucionando hacia propuestas cada vez más naturalistas, que iban desligándose
progresivamente del marco arquitectónico, pero tal vez el gótico francés
aportara a ese realismo un afectación un tanto excesiva y un amaneramiento que
tildaba en exceso su delicadeza. Por el contrario las propuestas que van
surgiendo al norte de Europa avanzan en otro sentido, y si bien son herederas
sin duda de la influencia francesa, aportan un sentido mucho más contundente y
realista a sus figuras, cuyo valor predominante es siempre su fuerza expresiva.
En realidad es y será una constante del arte que se desarrolla en Países Bajos
y Alemania esa inclinación expresionista tan marcada. Se advierte en las
esculturas del gótico alemán más conocidas, especialmente las figuras que
decoran el coro de la Catedral de Naumburgo y en especial el doble
retrato de Ekkehart y Uta, y se advierte asimismo en toda la tradición plástica
de los Países Bajos
Es en ese contexto en el que aparece la figura de
Claus Sluter. Un artista que nace en Harlem, futura Holanda, y que se mueve en
ciudades del entorno, como Bruselas, donde irá fraguando su estilo, hasta que
recabe definitivamente en Dijon, al amparo del amplio programa artístico que
desarrolla Felipe el Atevido, Duque de Borgoña, y que será sin duda el
que le otorgará fama y reconocimiento.
En efecto en la Cartuja de Champmol es donde
se concentra todo este programa escultórico en el que Sluter se iniciará como
asistente de Jean de Marville y que culminará Stephan Sluter de Werve,
sobrino de Claus Sluter. Entre las obras principales que se desarrollan en este
marco destacan el Portal de la Cartuja, el propio Sepulcro de Felipe
el Atrevido y el famoso Pozo de Moisés que hoy nos ocupa. En el
Portal representa a la Virgen con el niño flanqueada por Margarita de Flandes y
el propio Felipe. El sepulcro aún resulta más espectacular, especialmente por
la serie de los Plorants, o encapuchados que lloran la muerte del duque
y que representan el ejemplo más logrado del realismo expresivo de Sluter,
capaz de transmitir al espectador todo el dolor ante la muerte con el máximo de
expresividad, sin representar ni un sólo rostro, es sólo el trabajo de los
paños y la fuerza emotiva que transfieren las formas de las túnicas, sus
pliegues, sus contrates de luz, lo que nos impacta en un ejercicio de gran
realismo, pero cuya solución formal es poco menos que abstracta.
En cuanto al Pozo de Moisés se trata en
realidad del basamento (en forma de brocal o pretil de pozo) de
un Calvario sobre el que habría de colocarse Cristo crucificado
acompañado de la Virgen y de Juan. El calvario ha desaparecido y
sólo queda el busto y la cabeza de Cristo. En realidad la forma del basamento,
prismático y de forma hexagonal, alude simbólicamente a la fons vitae de
la que surge la vida, simbolizada aquí en la propia muerte de Cristo. Unos
ángeles soportan el zócalo sobre el que apoyaría la cruz, y bajo ellos,
ocupando cada una de las caras del brocal, los profetas precursores de Cristo:
David, Isaías, Daniel, Jeremías, Zacarías y Moisés.
Es éste último el que sintetiza perfectamente las
características del nuevo lenguaje de Sluter, porque también en este caso
sorprende por su fuerza expresiva: su rostro violento de ojos profundos e
iracundos al bajar del Sinaí; con su una barba bífida, abundante, poblada, con
airado movimiento de sus enormes guedejas; las órbitas oculares hundidas y su
boca entreabierta creando el juego de rotundos contrastes de luz y sombra con
los que insistir en un expresionismo de enorme realismo y fuerza emotiva.
Por encima de la fuente se tenía una cruz, pero fue destruida, y debajo de cada personaje se podía encontrar unas inscripciones con dichos sabios. Al final hay que mencionar que las esculturas habían sido pintadas por Jean Maelweel y doradas por Hermann de Colonia, lo que habría provocado una imagen impresionante de azul y oro.
El gótico a diferencia al románico dio mayor importancia a la persona, al humano; y eso conllevó hacia un mayor realismo de las esculturas. Como se vio en el detallado atrabajo de los paños se podía decir que Claus Sluter se había inspirado en las obras maestras de la antigüedad y de la Italia renacentista. Estaban más separadas de la pared, aunque los brazos quedaban tímidamente cerca de los cuerpos. Ya se notaba que el vacío románico había sido reemplazado por el simbolismo gótico; sin embargo la extrema decoración barroca aún quedaba muy lejos.
Todo ese grupo escultórico es un gran juego mental – religioso, interesante para los monjes. Solo se comprendía las frases que había debajo de cada estatua si se conocía al contexto y mensaje religioso de cada uno.
Lo religioso en esas estatuas no era algo abstracto ni distanciado, sino todo al contrario cercano. Los profetas no se demostraban como mensajeros de un dios lejano, sino como personas humanas impresionantes, admirables, y aun así cercanas con posibilidad de identificación.
En vez que se tenga la distanciada reservación filosófica o la reflexión mental, todas las seis figuras actúan, dialogan con los visitantes. Para dar un ejemplo, la frase de Jeremías: “O todos vosotros, que paséis por aquí, mirad y ved, si algún dolor sea como el mío”. Ese mensaje religioso, en combinación con el realismo de figura pintada, anima al visitante a emocionarse y a reflexionar.
Ya no hay nada estereotipado en Sluter y de nuevo resulta especialmente significativo su trabajo de paños, de plegados duros y enérgicos, de potente textura, rupturistas con el sentido lírico y armonioso de la escultura de tradición francesa. Al contrario, los paños se mueven ahora en enérgicos ritmos compositivos que subrayan la expresión del profeta, particularmente iracunda.
Hasta el tratamiento del mármol busca la fuerza y la grandiosidad, llenándose de vida hasta en los más pequeños detalles, caso de las filacterias, que se tallan con pormenor, pero a la vez con toda esa acritud y aspereza, que delatan su vigor.
La figura más preciosa era Moisés: parecía asombroso, “monumental” (si eso es posible para una escultura), ya solo por los paños que lleva puesto. Junto a eso se tenía la extraordinaria barba detalladamente trabajada; su mirada fija hacia el más allá, siempre dispuesto a llevar al pueblo elegido de "Dios" desde Egipto a Israel.
Es éste último el que sintetiza perfectamente las características del nuevo lenguaje de Sluter, porque también en este caso sorprende por su fuerza expresiva: su rostro violento de ojos profundos e iracundos al bajar del Sinaí; con su una barba bífida, abundante, poblada, con airado movimiento de sus enormes guedejas; las órbitas oculares hundidas y su boca entreabierta creando el juego de rotundos contrastes de luz y sombra con los que insistir en un expresionismo de enorme realismo y fuerza emotiva.
No falta además el color, que a su valor naturalista, une su vistosidad, fortaleciendo de esta forma su carga emotiva.
Sluter hay por tanto que considerarlo el escultor más importante del otoño del medievo, pionero de ese “realismo nórdico” que se convertirá en una seña de identidad del arte de la Europa septentrional, y un precursor del incipiente Renacimiento en el que cobrará todo su sentido el realismo humanista que Sluter había iniciado.
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