Gil de Siloé fue un escultor castellano en estilo gótico activo en los últimos años del siglo XV. Hijo suyo fue Diego de Siloé, escultor y arquitecto en estilo renacentista.
Gil de Siloé es una de las máximas figuras de la escultura hispánica, y europea por extensión, del siglo XV, cuando las formas del gótico postrero, hibridadas por las del arte mudéjar y las influencias flamencas de tipo flamígero, dieron origen al estilo gótico isabelino, exclusivo de España, del que Gil de Siloé es representante emblemático.
Los nombres por los que es conocido evidencian la confusión que rodea su origen. En algunos documentos se le cita como Gil de Emberres (Amberes), por lo que se cree fuera originario de Flandes, en otros como Gil de Urlianes, por lo que podría venir de Orleans. El nombre que habitualmente se repite en los documentos es el de Maestre Gil; sólo en algún momento muy concreto se añade la palabra Siloe, y aplicada sobre todo a su hijo Diego.
Desconocemos cómo apareció en Burgos, y cómo enlazó con la familia Colonia; si fue por parentesco, por misma nacionalidad ó por afinidad artística. El hecho es que Juan y Simón de Colonia,-los dos grandes arquitectos de las postrimerías del gótico-, y,-el gran imaginero-, Gil de Siloe vivieron unidos en permanente colaboración.
Su nacimiento puede datarse alrededor de 1440-50 y probablemente no mucho antes.
Desarrolló su actividad en Castilla y más concretamente en la ciudad de Burgos y sus alrededores. Está documentado entre los años 1470 y 1501 fecha probable de su fallecimiento en la capital castellana.
Casó con una hija de Pedro de Alcalá, con la que tuvo dos hijas y dos hijos, uno de los cuales fue el famoso Diego de Siloe, artista que destacará fundamentalmente como arquitecto en el Renacimiento.
Su estilo es recargado, decorativista y muy minucioso, dotado de un extraordinario virtuosismo técnico
SANTA ANA TRIPLE
Gil de Siloé - Hacia 1500 - Madera policromada
Retablo de Santa Ana de la Capilla del Condestable, catedral de Burgos
Escultura gótica. Estilo hispano-flamenco
A finales del siglo XV, en la catedral de Burgos, don Pedro Fernández de
Velasco, Condestable de Castilla, y su esposa doña Mencía de Mendoza decidieron
levantar una suntuosa capilla destinada a convertirse en panteón familiar. La
obra no llegó a ser conocida por el Condestable, que falleció en 1492, en el
año 1500 se decide dotar a la capilla de un conjunto de tres retablos que
fueron encomendados al maestro Gil de Siloé, que en aquel momento dirigía el
taller más prestigioso de Burgos. El proyecto incluía un retablo mayor y dos
laterales, uno dedicado a San Pedro, antigua advocación de la capilla, y otro a
Santa Ana, siendo este el primero de los comenzados por el gran maestre.
Está elaborado en madera de nogal y se distribuye en tres calles a las
que se suma otra lateral orientada al centro de la capilla, abriéndose en todas
ellas hornacinas que contienen exclusivamente figuras femeninas. Un trabajo
preciosista que fue denominado por algunos como el retablo de las Once Mil
Vírgenes y que se viene a sumar a las formidables creaciones del escultor
en la misma catedral y en la Cartuja de Miraflores.
En 1504 murió Gil de Siloé y el retablo quedó inacabado, a falta de la
escultura de la caja central del primer cuerpo.El retablo de Santa Ana fue
rematado en 1520 por Diego de Siloé, hijo del gran maestre, con la talla de
"Cristo muerto sujetado por ángeles", una obra ya influenciada
por los aires del Renacimiento italiano La imagen de Santa Ana Triple o
Trinitaria, ocupa el compartimento central del segundo cuerpo, flanqueada por Santa
Isabel y Santa Elena.
Representa de forma anacrónica a Santa Ana, madre de la Virgen, con su
hija en brazos a la vez que ésta sujeta a Jesús niño, estableciendo una suerte
de rama genealógica. No alcanza el tamaño natural, 1,05 metros de altura, pero
es un testimonio de la creatividad artística y de virtuosismo técnico alcanzado
por Gil de Siloé en su obra.
Santa Ana, identificada en la inscripción de la peana, aparece de pie y
viste una saya de tonos rojizos ajustada a la cintura, con los bordes
recorridos por una cenefa azulada decorada con flores esgrafiadas en oro, que
se recoge a los lados dejando visible un vestido interior dorado. Se cubre con
un manto igualmente dorado, con una franja azul en los bordes con esgrafiados
similares a los de la saya, que cae desde el hombro formando pliegues de vivas
aristas. En la cabeza lleva ajustada una toca de tonos azules, que enmarca un
rostro ovalado, y sobre ella un velo blanquecino cuyo ribete está recorrido por
una inscripción en oro sobre fondo azul de la que se han perdido parte de las
letras.
Tiene los brazos flexionados a la altura de la cintura para sujetar en el
derecho a la Virgen y en el izquierdo un libro abierto con cuyas páginas
juguetea el Niño. La anatomía sigue el estilo predominante en Flandes, con
manos de afilados dedos, largos y separados, y un rostro muy terso de boca
pequeña, nariz afilada y ojos almendrados muy perfilados.
La figura de la Virgen se apoya en posición sentada en el brazo derecho
de Santa Ana, de modo que se quiebra por la cintura. Su aspecto alude
iconográficamente a la Virgen Niña, aquí revestida con una rica indumentaria de
reina que contrasta con la sobriedad de su madre. Viste una saya rojiza de
amplio escote que deja asomar los pliegues finos de una camisa dorada y un
collar de dos vueltas de diminutas cuentas. Remarca el cuello una especie de
collar de oro en forma de eslabones de una cadena y sobre los hombros se apoya
un bello manto dorado con aberturas para los brazos a cada lado que están decoradas
con simulaciones de bordados en todos azules. El juego se repite en las mangas,
decoradas con acuchillados y botonaduras que siguen la moda de la época.
Teniendo en cuenta que la imagen se encuadra en una obra que el escultor
dejó inacabada a su muerte, representa el mayor grado de evolución en el estilo
del autor. Ello es apreciable en la moderación expresiva de la figura, que le
proporciona un aspecto solemne, en la extremada suavidad de las facciones, casi
"dibujadas", en el naturalismo de los paños, con pliegues mucho más
redondeados que en obras anteriores en las que abundan los característicos
quebrados flamencos, y en una corrección formal cargada de virtuosismo, a pesar
de que subyacen los intereses simbólicos medievales por encima de los
estéticos, como lo demuestra la jerarquización de tamaños, algo con lo que
acabaría pocos años después la incipiente corriente renacentista.
Especialmente bella es la cabeza de la Virgen, a mitad de camino entre una niña y una
adolescente, con un rostro de facciones habituales en Gil de Siloé, peinada con
flequillo sobre la frente y largos mechones ensortijados que forman bucles
dorados que le proporcionan un aspecto nórdico. Para realzar su figura se cubre
con un rico tocado de trama romboidal cuyos bordes están recorridos por una
cinta roja, con aplicaciones de perlas formando cruces y cabujones, que cuelga
en la frente formando una media luna. Sobre él se asienta una corona que repite
el mismo diseño, con florones de cogollos perdidos en su mayoría. Con sus
manos, estilizadas y esquemáticas, sujeta los brazos del Niño que descansa
sobre sus rodillas.
Jesús aparece como un infante vestido con una túnica abierta al frente de
arriba a abajo, dejando apreciar parte del rollizo cuerpo como alusión a la naturaleza
humana de Cristo a través de su fragilidad. En el cuello luce un collar de tres
vueltas del que pende una cruz al frente y sobre su cabello rubio y corto lleva
ceñida una cinta con un cabujón. El rostro repite las facciones aplicadas
habitualmente por Gil de Siloé en las figuras de ángeles, con carrillos
abultados y ojos achinados, en este caso esbozando una sonrisa al tiempo que
sus dedos juguetean con las páginas del libro que sujeta su abuela.
Contribuye la deslumbrante policromía aplicada por el pintor Diego de la
Cruz, colaborador habitual del gran maestre, que hace gala a lo largo del
retablo de un sofisticado trabajo en el que prima el oro, siguiendo el gusto de
los mecenas de su tiempo, y la influencia flamenca en la plasmación de minúsculos
detalles, como ocurre en el libro que sujeta Santa Ana, con páginas ilustradas
y pintadas como si se tratase de una auténtica miniatura.
Gil de Siloé, convertido a lo largo de los años en un burgalés más, supo
trabajar con demostrada maestría tanto la madera como la piedra y alabastro, el
retablo de la capilla de santa Ana (o de la Concepción) de la catedral de
Burgos, le colocan en la cima de la escultura gótica en la España de su tiempo.
Gracias a J.M.Travieso por su presentación
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