domingo, 10 de junio de 2012

Románico - Cristo de Carrizo






La escultura románica se desarrolla en Europa durante los siglos XI y XII e inicia su lenta evolución al Gótico transcurrida buena parte del XIII. Nos referimos a Europa porque en este período se construye y decora según las pautas de un mismo estilo, el Románico, se utiliza como lengua común el latín, se escribe de forma estándar en letra carolina y se canta el canto  llano gregoriano. Remitiéndonos a España, la vía de penetración de todos estos aspectos se produce a través de la Ruta Jacobea y se reafirman frente a la cultura islámica a medida que se iban conquistando nuevos territorios.




EL CRUCIFIJO DE DON FERNANDO Y DOÑA SANCHA (Hacia 1060)
Autor anónimo. Taller de eboraria de San Isidoro de León.
Museo Arqueológico Nacional de Madrid.





Fue encargado por el rey Fernando I de Castilla y su esposa doña Sancha hacia la década de 1060 y responde al estereotipo desarrollado por la iconografía románica como Maiestas domini, caracterizados por su hieratismo, su disposición simétrica, el uso de cuatro clavos, lo que permite la colocación recta de las piernas, la ausencia de peso en el cuerpo, que no aparece vencido y permite que los brazos, siguiendo la ley de adaptación al marco, tengan el mismo trazado que la cruz, actitud serena carente de dolor, los ojos muy abiertos como símbolo de victoria sobre la muerte y un faldellín o perizoma de pliegues esquemáticos que le llega a las rodillas.

Esta pieza no llega al medio metro de altura y está concebida como un relicario (estauroteca), ya que muestra una anatomía esquematizada con pequeños huecos para reliquias en la parte dorsal. El modelo de crucifijo está más humanizado que en otros contemporáneos, con la cabeza de Cristo inclinada hacia la derecha en gesto de resignación y cierto afán naturalista en el trabajo de los cabellos y la barba de rizos, así como en el minucioso nudo del perizoma o paño de pureza.




El crucifijo conserva la cruz, tallada enteramente por su anverso y reverso. En la parte frontal, una suave decoración de motivos vegetales que ocupa la parte central contrasta con otra más profunda que adopta una forma de orla y recorre el perímetro de la cruz. En ella se representa una escena del Juicio Final, con los cuerpos saliendo de los sepulcros y grupos de bienaventurados y condenados con anatomías distorsionadas entre distintos animales.
En la parte superior, sobre la cabeza de Cristo se lee otra inscripción, “Jesús nazareno rey de los judíos”, y encima un profundo relieve que representa a Cristo resucitado elevando su cabeza hacia una paloma, símbolo del Espíritu Santo.
En su parte trasera la cruz se decora con los símbolos del Tetramorfos en los extremos de los brazos, el Cordero Místico en el centro y una abigarrada composición de personajes y animales entre formas vegetales de inspiración oriental. 





A los pies de Cristo aparece una iconografía frecuente en el Románico, la leyenda medieval que consideraba que el árbol de la Cruz había germinado sobre el sepulcro de Adán, que aquí aparece representado para simbolizar la Crucifixión como el momento redentor del Pecado Original y a Cristo como salvador de los hombres. Más abajo una inscripción muestra la identidad de los donantes: Fredinandus Rex Sancia Regina.





CRISTO DE CARRIZO

Autor anónimo. Taller de eboraria de San Isidoro de León. Último cuarto del siglo XI
Marfil con incrustaciones de oro y azabache. Museo de León. Arte Románico





 Una de las piezas capitales del Museo de León que procede del monasterio de monjas cistercienses de Santa María de Carrizo de la Ribera, en la provincia de León. Es una pequeña figura de 33 cm., de la que no se conserva la cruz, que por su evolucionada talla se viene atribuyendo a un discípulo o seguidor del autor del Crucifijo de Don Fernando y Doña Sancha. 





El crucifijo sigue una rigurosa ley de frontalidad y todos los componentes de su configuración anatómica están completamente desproporcionados, destacando el tamaño y el fino trabajo de la cabeza que, ligeramente ladeada, presenta unos grandes ojos abiertos, de mirada penetrante, formados por incrustaciones de azabache sobre cabujones de oro insertos en las pupilas, nota peculiar del taller leonés, boca contraída y larga nariz afilada, melena de trazado simétrico y organización geométrica, con raya al medio y doce mechones, largos y ceñidos, ordenados hacia atrás hasta caer por los hombros, así como una barba formada de nuevo por doce guedejas muy estilizadas, linealmente descritas y con las puntas rizadas, a las que se superpone un fino bigote.




El resto de la anatomía es muy esquemática, con una exagerada rigidez corporal que apenas rompen los delicados pliegues del perizoma, que en este caso presenta ribetes con huecos en los que se insertaron piedras preciosas, hoy desaparecidas, que junto a otras ubicadas en la orla del soporte en que apoya los pies, reforzarían el aspecto de rico relicario. En efecto, el hecho de no conservar la cruz permite apreciar las oquedades del dorso, en la espalda y bajo las rodillas, para albergar pequeñas reliquias, detalle facilitado por la instalación del Museo mediante la colocación en su nueva vitrina de una cruz transparente y un espejo retrovisor.




Reliquias desconocidas, anatomía arcaica, frontalidad extrema, primitivismo formal, cruz y gemas perdidas, ¿acaso todo esto puede ser atractivo? Desvelemos el misterio de esta imagen que sigue cautivando a todos con su mirada enigmática. El Románico expresa a través de los números valores trascendentes y en el Cristo de Carrizo se repite el número 12. Doce apóstoles, doce frutos del Espíritu Santo, doce tribus de Israel, doce meses del año, doce signos del Zodiaco, doce frutos del Árbol de la vida. Doce es el símbolo del orden cósmico y de Cristo Cronócrator, es decir, dominador del tiempo. Ahí está la clave que pretendía su autor. Sin duda lo consiguió, consiguió con estas claves ocultas que fuera admirado año tras año desde el siglo XI.

Gracias a J.M.Travieso por la descripción




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