La escultura románica se desarrolla en Europa durante los siglos XI y XII e
inicia su lenta evolución al Gótico transcurrida buena parte del XIII. Nos
referimos a Europa porque en este período se construye y decora según las
pautas de un mismo estilo, el Románico, se utiliza como lengua común el latín,
se escribe de forma estándar en letra carolina y se canta el canto llano gregoriano. Remitiéndonos
a España, la vía de penetración de todos estos aspectos se produce a través de
la Ruta Jacobea y se reafirman frente a la cultura islámica a medida que se
iban conquistando nuevos territorios.
EL CRUCIFIJO DE DON FERNANDO Y DOÑA SANCHA (Hacia 1060)
Autor anónimo. Taller de eboraria de San Isidoro de León.
Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Autor anónimo. Taller de eboraria de San Isidoro de León.
Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Fue encargado por el rey Fernando I de Castilla y
su esposa doña Sancha hacia la década de 1060 y responde al estereotipo
desarrollado por la iconografía románica como Maiestas domini,
caracterizados por su hieratismo, su disposición simétrica, el uso de cuatro
clavos, lo que permite la colocación recta de las piernas, la ausencia de peso
en el cuerpo, que no aparece vencido y permite que los brazos, siguiendo la ley
de adaptación al marco, tengan el mismo trazado que la cruz, actitud serena
carente de dolor, los ojos muy abiertos como símbolo de victoria sobre la
muerte y un faldellín o perizoma de pliegues esquemáticos que le llega a
las rodillas.
Esta pieza no llega al medio metro de altura y está
concebida como un relicario (estauroteca), ya que muestra una anatomía
esquematizada con pequeños huecos para reliquias en la parte dorsal. El modelo
de crucifijo está más humanizado que en otros contemporáneos, con la cabeza de
Cristo inclinada hacia la derecha en gesto de resignación y cierto afán
naturalista en el trabajo de los cabellos y la barba de rizos, así como en el
minucioso nudo del perizoma o paño de pureza.
El crucifijo conserva la cruz, tallada enteramente
por su anverso y reverso. En la parte frontal, una suave decoración de motivos
vegetales que ocupa la parte central contrasta con otra más profunda que adopta
una forma de orla y recorre el perímetro de la cruz. En ella se representa una
escena del Juicio Final, con los cuerpos saliendo de los sepulcros y grupos de
bienaventurados y condenados con anatomías distorsionadas entre distintos
animales.
En la parte superior, sobre la cabeza de Cristo se lee otra inscripción,
“Jesús nazareno rey de los judíos”, y encima un profundo relieve que representa
a Cristo resucitado elevando su cabeza hacia una paloma, símbolo del Espíritu
Santo.
En su parte trasera la cruz se decora con los símbolos del Tetramorfos en los
extremos de los brazos, el Cordero Místico en el centro y una abigarrada
composición de personajes y animales entre formas vegetales de inspiración
oriental.
A los pies de Cristo aparece una iconografía
frecuente en el Románico, la leyenda medieval que consideraba que el árbol de
la Cruz había germinado sobre el sepulcro de Adán, que aquí aparece
representado para simbolizar la Crucifixión como el momento redentor del Pecado
Original y a Cristo como salvador de los hombres. Más abajo una inscripción
muestra la identidad de los donantes: Fredinandus Rex Sancia Regina.
CRISTO DE CARRIZO
Autor anónimo. Taller de eboraria de San Isidoro de León. Último cuarto del siglo XI
Marfil con incrustaciones de oro y azabache. Museo de León. Arte Románico
Autor anónimo. Taller de eboraria de San Isidoro de León. Último cuarto del siglo XI
Marfil con incrustaciones de oro y azabache. Museo de León. Arte Románico
Una de las
piezas capitales del Museo de León que procede del monasterio de monjas
cistercienses de Santa María de Carrizo de la Ribera, en la provincia de León. Es una pequeña figura de 33 cm., de la que no se conserva la cruz, que por su
evolucionada talla se viene atribuyendo a un discípulo o seguidor del autor del
Crucifijo de Don Fernando y Doña Sancha.
El crucifijo sigue una rigurosa ley de frontalidad
y todos los componentes de su configuración anatómica están completamente
desproporcionados, destacando el tamaño y el fino trabajo de la cabeza que,
ligeramente ladeada, presenta unos grandes ojos abiertos, de mirada penetrante,
formados por incrustaciones de azabache sobre cabujones de oro insertos en las
pupilas, nota peculiar del taller leonés, boca contraída y larga nariz afilada,
melena de trazado simétrico y organización geométrica, con raya al medio y doce
mechones, largos y ceñidos, ordenados hacia atrás hasta caer por los hombros,
así como una barba formada de nuevo por doce guedejas muy estilizadas, linealmente
descritas y con las puntas rizadas, a las que se superpone un fino bigote.
El resto de la anatomía es muy esquemática, con una
exagerada rigidez corporal que apenas rompen los delicados pliegues del perizoma,
que en este caso presenta ribetes con huecos en los que se insertaron piedras
preciosas, hoy desaparecidas, que junto a otras ubicadas en la orla del soporte
en que apoya los pies, reforzarían el aspecto de rico relicario. En efecto, el
hecho de no conservar la cruz permite apreciar las oquedades del dorso, en la
espalda y bajo las rodillas, para albergar pequeñas reliquias, detalle
facilitado por la instalación del Museo mediante la colocación en su nueva
vitrina de una cruz transparente y un espejo retrovisor.
Reliquias desconocidas, anatomía arcaica,
frontalidad extrema, primitivismo formal, cruz y gemas perdidas, ¿acaso todo
esto puede ser atractivo? Desvelemos el misterio de esta imagen que sigue
cautivando a todos con su mirada enigmática. El Románico expresa a través de
los números valores trascendentes y en el Cristo de Carrizo se repite el número
12. Doce apóstoles, doce frutos del Espíritu Santo, doce tribus de Israel, doce
meses del año, doce signos del Zodiaco, doce frutos del Árbol de la vida. Doce
es el símbolo del orden cósmico y de Cristo Cronócrator, es decir,
dominador del tiempo. Ahí está la clave que pretendía su autor. Sin duda lo
consiguió, consiguió con estas claves ocultas que fuera admirado año tras año
desde el siglo XI.
Gracias a J.M.Travieso por la descripción
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