Luis Florencio Chamizo Trigueros ( Guareña, Badajoz, España ; 7 de noviembre de 1894 – † Madrid 24
de diciembre de 1945 ) escritor español en castellano y en la variedad local
del bajoextremeño de Guareña.Nace en el seno de una familia humilde y
trabajadora. Su padre Joaquín Chamizo Guerrero, natural de Castuela es tinajero de
profesión, y su madre, Asunción Triguero Bravo, natural de Guareña. Recibió los
cursos primarios en Guareña, al parecer, por el maestro Don Diego López. Muy
joven frecuenta el despacho de su padre y a escondidas escribe sus primeros
poemas amorosos.Chamizo contactó con el movimiento modernista a través de
Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Amado Nervo, Emilio Carrere, etc.
Conoció a Federico García Lorca, probablemente a Rafael Alberti y a otros
intelectuales y poetas de entonces. Chamizo coetáneo del 27 prefirió quedarse
en el camino de la poesía regionalista.
Quizás
porque tiene ese deliberado aíre o acento extremeño, resulte poco conocido,
pero poema y autor son importantes.
Y
cuando se lee con detenimiento resulta conmovedor.
LA
NACENCIA
Bruñó los
recios nubarrones pardos
la lus
del sol que s´agachó en un cerro,
y las
artas cogollas de los árboles
d´un coló
de naranjas se tiñeron.
A bocanás
el aire nos traía
los
ruídos d´alla lejos
y el
toque d´oración de las campanas
de
l´iglesia del pueblo.
Ibamos
dambos juntos, en la burra,
por el
camino nuevo,
mi mujé
mu malita,
suspirando
y gimiendo.
Bandás de
gorriatos montesinos
volaban,
chirrïando por el cielo,
y volaban
pal sol qu´en los canchales
daba
relumbres d´espejuelos.
Los
grillos y las ranas
cantaban
a lo lejos,
y
cantaban tamién los colorines
sobre las
jaras y los brezos,
y roändo,
roändo, de las sierras
llegaba
el dolondón de los cencerros.
¡Qué
tarde más bonita!
¡Qu´anochecer
más güeno!
¡Qué
tarde más alegre
si
juéramos contentos!...
- No pué
ser más- me ijo- vaite, vaite
con la
burra pal pueblo,
y
güervete de prisa con l´agüela,
la
comadre o el méico -.
Y bajó de
la burra poco a poco,
s´arrellenó
en el suelo,
juntó las
manos y miró p´arriba,
pa los
bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme,
dejagla sola,
dejagla
yo a ella sola com´un perro,
en metá
de la jesa,
una legua
del pueblo...
eso no!
De la rama
d´arriba d´un
guapero,
con sus
ojos roendos
nos
miraba un mochuelo,
un
mochuelo con ojos vedriaos
como los
ojos de los muertos...
¡No tengo
juerzas pa dejagla sola;
pero yo
de qué sirvo si me queo!
La burra,
que rroía los tomillos
floridos
del lindero
careaba
las moscas con el rabo;
y dejaba
el careo,
levantaba
el jocico, me miraba
y seguía
royendo.
¡Qué
pensará la burra
si es que
tienen las burras pensamientos!
Me juí
junt´a mi Juana,
me jinqué
de roillas en el suelo,
jice por
recordá las oraciones
que m´enseñaron
cuando nuevo.
No tenía
pacencia
p´hacé
memoria de los rezos...
¡Quién
podrá socorregla si me voy!
¡Quién va
po la comadre si me queo!
Aturdio
del tó gorví los ojos
pa los
ojos reondos del mochuelo;
y
aquellos ojos verdes,
tan
grandes, tan abiertos,
qu´otras
veces a mí me dieron risa,
hora me
daban mieo.
¡Qué
mirarán tan fijos
los ojos
del mochuelo!
No
cantaban las ranas,
los
grillos no cantaban a lo lejos,
las
bocanás del aire s´aplacaron,
s´asomaron
la luna y el lucero,
no
llegaba, roando, de las sierras
el
dolondón de los cencerros...
¡Daba
tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo
no sé qué tanto silencio!
M´arrimé
más pa ella;
l´abrasaba
el aliento,
le
temblaban las manos,
tiritaba
su cuerpo...
y a la
luz de la luna eran sus ojos
más
grandes y más negros.
Yo sentí
que los míos chorreaban
lagrimones
de fuego.
Uno cayó
roändo,
y,
prendío d´un pelo,
en metá
de su frente
se queó
reluciendo.
¡Que
bonita y que güena,
quién
pudiera sé méico!
Señó, tú
que lo sabes
lo mucho
que la quiero.
Tú que
sabes qu´estamos bien casaos,
Señó, tú
qu´eres güeno;
tú que
jaces que broten las simientes
qu´echamos
en el suelo;
tú que
jaces que granen las espigas,
cuando
llega su tiempo;
tú que
jaces que paran las ovejas,
sin
comadres, ni méicos...
¿por qué,
Señó, se va morí mi Juana,
con lo
que yo la quiero,
siendo yo
tan honrao
y siendo
tú tan güeno?...
¡Ay! qué
noche más larga
de tanto
sufrimiento;
¡qué
cosas pasarían
que
decilas no pueo!
Jizo Dios
un milagro;
¡no podía
por menos!
Toito
lleno de tierra
le
levanté del suelo,
le miré
mu despacio, mu despacio,
con una
miaja de respeto.
Era un
hijo, ¡mi hijo!,
hijo
dambos, hijo nuestro...
Ella me
le pedía
con los
brazos abiertos,
¡Qué
bonita qu´estaba
llorando
y sonriyendo!
Venía
clareando;
s´oïan a
lo lejos
las risotás
de los pastores
y el
dolondón de los cencerros.
Besé a la
madre y le quité mi hijo;
salí con
él corriendo,
y en un
regacho d´agua clara
le lavé
tó su cuerpo.
Me sentí
más honrao,
más
cristiano, más güeno,
bautizando
a mi hijo como el cura
bautiza
los muchachos en el pueblo.
Tié que
ser campusino,
tié que
ser de los nuestros,
que por
algo nació baj´una encina
del
camino nuevo.
Icen que
la nacencia es una cosa
que miran
los señores en el pueblo;
pos pa mí
que mi hijo
la tié
mejor que ellos,
que Dios
jizo en presona con mi Juana
de
comadre y de méico.
Asina que
nació besó la tierra,
que,
agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la
mesma luna
quien le
pagó aquel beso...
¡Qué
saben d´estas cosas
los
señores aquellos!
Dos
salimos del chozo,
tres
golvimos al pueblo.
Jizo dios
un milagro en el camino:
¡no podía
por menos!
Excelente cuadro de mi buen amigo Linos dedicado a este poema
detalle de la firma
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